Fidel Sclavo nos propone: «Dibujamos como representación de la realidad, como un intento de copiar lo que vemos. Pero también dibujamos como construcción de una realidad que no vemos, que creamos al dibujarla, la vamos cambiando a nuestro gusto, algo que no existía previamente, antes que la imagináramos y diéramos esa forma que ahora tiene y pasamos a habitar de acá en adelante.

Hay dos frases emblemáticas y recurrentes que contienen una verdad que enamora.

1. Todos sabemos dibujar. Es lo que hacemos de niños, nos da un placer que solamente encuentra su límite cuando alguien, en algún momento (años más tarde, a veces), nos dice: «eso no es un perro», «el árbol se dibuja de otra manera», «el cielo no es rojo», y demás tonterías que, por alguna razón, nos terminamos creyendo. Eso nos vuelve inseguros, al punto de no agarrar más un lápiz o repetir la remanida frase: yo no sé dibujar… o dibujo muy mal. Una sentencia que el siglo XX y lo que va del XXI se encargó de refutar, pues una enorme parte de los mejores pintores de los últimos tiempos podrían ser considerados como que «no saben dibujar» y desarrollaron su lenguaje expresivo justamente a partir de ahí.

2. No vemos algo hasta que lo dibujamos. Dibujar no es solamente la reproducción de algo, sino que es también un modo de ver, un pensamiento. Creemos que hemos visto algo y lo conocemos perfectamente, pero solamente cuando lo dibujamos terminamos de verlo, de aprender, de observar de verdad que esa silla tiene una leve curva y no es del todo recta, que la oreja de la persona amada tiene una vuelta que no habíamos visto nunca así, de esa manera, o que el árbol de la calle no era tan alto como parecía. No vemos cuando miramos algo. Lo completamos recién cuando lo dibujamos. Ahí recién comienza el camino, donde luego aparece otro paralelo y más atractivo aún: dibujar lo que no vemos».